sábado, 29 de noviembre de 2008

La lluvia (en la mirada de los otros) I



esperaba

............la lluvia

......................acodada

.................................en la

........................................ventana


pasé
por la
vereda.........................y
..................................la
..................................vi..........................no
..............................................................me
..............................................................vio

martes, 25 de noviembre de 2008

domingo, 23 de noviembre de 2008

Vacío



Perdida de mí. Olvidada. Vacía.


No colores.
No músicas.
No palabras.


Suspendida.


Llueve. Los domingos siempre llueve.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

martes, 18 de noviembre de 2008

Escribir-(texto de Marqueritte Duras)



"Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Y prácticamente a cada paso que se da en una casa y a todas horas del día, bajo todas las luces, ya sean del exterior o las lámparas encendidas durante el día. Esta soledad real del cuerpo se convierte en la, inviolable, del escribir. Nunca hablaba de ésto con nadie. En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que tenía que hacer era escribir.
Escribir: es lo único que llenaba mi vida y la hechizaba. Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado.

La soledad no se encuentra, se hace. La soledad se hace sola. Yo la hice. Sucedió así. Me encerré en ella, también tenía miedo,claro. Y luego la amé. He necesitado veinte años para escribir lo que acabo de decir."


Duras, Margueritte. "Escribir"-1993





viernes, 14 de noviembre de 2008

Patios (final)



Cuánto tiempo más pensaré en patios (patios) lunares perfumados mojados soleados arremolinados cuadriculados (cuadriculados) blanco y negro con miedo a las estrellas cuadriculados amarillos con pinos y violetas y trece gatos durmiendo en una caja y la niña en el patio jugando riendo llorando cantando soñando y un pasillo (patio) donde la niña habla con su fantasma y trepa a los pinos y vuela hacia la luna sentada en magnolias y jazmines para ver el patio saltando de nube en nube y convertirse en viento barrilete bicicleta calles de tierra con sauces anhelantes y otras (calles) más lejanas con duendes habitando los pinares y mariposas (las mariposas).

Llegaron las mariposas.
Ese verano.

martes, 11 de noviembre de 2008

Patios-(de otros-III)


Soltemos las riendas, y niños seamos.


Celeste Rodríguez-(ayudándome a construir mi Zigurat),noviembre 2008-
Pintura:Remontando la Luna. Pilar Sala

Patios-(de otros- II)


Seamos niños en los patios en los que atardece, pero no se hace de noche; en los que llega la fría luna, pero es verano.

Y si no nos sale ser niños, mojémonos los labios.


Rocío Canetti-(ayudándome a construir mi Zigurat)-noviembre, 2008-

Ilustración: Vania Medeiros. Adolescente.

Patios- (de otros)



Patio,
Lugar testigo,
Siempre.
Testigo de emociones,
Testigo de mis lágrimas,
Testigo de mi sangre,
También la probaste.

Allí descubrí mis alas,
Allí las perdí.
Los soles se eclipsan,
La gente crece.

De niño no amaba,
Era feliz.
Así perdí mis alas,
Contigo las perdí.

Patio,
Lugar testigo,
Siempre.
Testigo de amores,
Y de su alma gemela
La desilusión,
Siempre.


Leonardo Paszukievicz (ayudándome a construir el Zigurat).noviembre,2008

Pintura- Le mal du monde- Renée Magritte

viernes, 7 de noviembre de 2008

Patios- II


Atardecí pensando en patios
Los patios de siempre
Los recurrentes
Los memoriosos
Amables patios
La niña en medio
Hablándole a su sombra
Reflejada en su reflejo
Soles en sus ojos
Magnolias en sus ojos
Alas en el alma y en los pies
Antes de las mariposas
Antes

martes, 4 de noviembre de 2008

Trenes


Ayer leí los tres últimos relatos de Tren Azul. Y como yo fui durante años una de las gentes vociferantes de los andenes de Temperley, me pegó fuerte la nostalgia. Entonces les acerco este cuento de Osvaldo Soriano, para compartirlos (el cuento y mi nostalgia) con mis queridos amigos.




Siempre me vuelven a la memoria aquellos viajes en tren que cambiaron mi vida. Eran viajes largos y rumorosos, con sándwiches de milanesa y limonadas caseras. Ahí vamos, mi madre y yo vestidos de domingo en el vagón de segunda. Mamá lleva un pañuelo azul al cuello y la mirada puesta en la ventanilla sucia. Yo voy de pantalón corto y es posible que lleve un pulóver marrón con los codos zurcidos. No sé a qué le temo ni en qué piensa mi madre.
Cae la tarde y el sol se esconde en el horizonte. Mi padre ha partido meses antes a ocupar su cargo en una oficina de Río Cuarto. Muchos años después, al escribir estas líneas, releo una carta que le mandé a los nueve años: "Querido papá: a mami ya le sacaron la benda y yo me estoy haciendo una onda, la goma me la trajo del regimiento el señor Limina. Ya tenemos camionero, es Jamelo, mandá plata. Cómo estás por allá? Asfaltan calles? acá no, Fernandino viene siempre entre las 10 o las 10 y media. Voy al cine cuando quiero y me levanto a las 10. Esperamos ir con vos, terminá la casa. Besos chau". Y al margen, como posdata: "El gatito está atado".
Algunos errores de sintaxis, la "be" de benda y los acentos que faltan. Una caligrafía rumbosa que mi padre conservó hasta el final entre sus papeles. El chico de la carta es el que viaja con su madre en un tren que culebrea y se detiene de tanto en tanto a reponer agua y carbón. Una locomotora negra, con humo negro, igual que esa a pilas con la que ahora juega mi hijo. Perón la ha pagado como si fuera nueva y lleva el escudo nacional. Me pregunto: ¿por qué está atado el gatito? ¿Qué venda le han sacado a mi madre? ¿Quién es Jamelo? ¿Por qué me preocupa tanto el asfalto de las calles?
Mi madre ya no se acuerda del gatito. Con más de ochenta años se le confunden los trenes. Había tomado el primero en Pamplona, cuando era chica, y siguió aquí, en esta tierra inmensa, detrás de mi padre. Al norte, al sur, a la sierra, al mar, mamá subió a todos los trenes. Me dice, escondida en una montaña de recuerdos difusos, que Jamelo era el de la mudanza y se lleva la mano a la frente donde todavía tiene la marca de aquella herida. Un barquinazo con el jeep de Obras Sanitarias, de eso me acuerdo bien. Mi padre siempre agarraba los pozos más grandes y en aquel de San Luis mi madre dejó la lozanía de su cara española. Sangraba y no podía entender qué le había pasado.. Mi viejo la cubrió con un pañuelo y manejó kilómetros y kilómetros maldiciendo todos los pozos que Dios ponía en su camino. En un hospital le colocaron esa venda que ya le han sacado en mi carta.
Manejaba mal, mi viejo, pero él nunca lo admitió. Una vez me atreví a decírselo en una curva, camino de Rauch. Frenó el coche en un pastizal y me dijo que bajara a pelear. Era así. Se enfrascaba en sus pensamientos y olvidaba la ruta. Entonces mi madre se sentía feliz de subir al tren justicialista. No le importaba que pasáramos días y días en aquellas butacas de madera durmiendo sobre una frazada. A la noche, cuando el tren se paraba en cualquier parte y los señaleros caminaban junto a la vía sin dar explicaciones, abría un paquete hecho con una caja de zapatos y todos los pasajeros se daban vuelta para sentir el aroma de nuestro pollo relleno. Tenía que durar hasta el final del viaje y lo administraba con un rigor de campesina. Mientras comíamos me contaba escenas de "Lo que el viento se llevó" y de postre las películas del Gordo y el Flaco. Entonces reía y los hacía correr perseguidos por un fantasma o subir un piano inútil a un segundo piso equivocado. El tren arrancaba a los tirones y después se paraba en una estación de mala muerte. Recuerdo que en ese viaje, o en otro, subieron a un boxeador noqueado y con los guantes todavía puestos, que mientras dormía narraba su propia derrota. Mi madre le mojó los labios con un pañuelo. El entrenador llevaba sombrero, tiradores y una boquilla, pero se le habían acabado los cigarrillos. Cada vez que mamá se inclinaba a auxiliar a su amigo el tipo se sacaba el sombrero y rogaba a Dios que se despertara para la próxima pelea.

Una vez que hicimos noche en un hotel de Bahía Blanca tardé en dormirme y entreví la desnudez de mi madre en la ducha. Al día siguiente, en el expreso a Neuquén, le pregunté qué era esa cosa negra que tenía "ahí". Me miró y durante un rato movió los labios sin hablar. Por fin dijo: "Un hormiguero" , y ésa es la única cosa textual que recuerdo de nuestra charla. Yo tenía cuatro o cinco años y ella todavía no llevaba la huella en la frente. Una vez le escuché decir que querían adoptar un hermanito para mí. La odié y odié a mi padre hasta que me preguntó si quería un hermano de regalo y yo me puse a llorar. Pero eso fue mucho más tarde, entre el rápido a Río Cuarto y el expreso a Cipolletti.

Ahora creo que vamos rumbo a San Luis y en un lugar penumbroso suben dos mellizos vestidos de azul, con una valija inmensa. Al rato uno abre la valija y de adentro sale un enano. No necesitan boleto. Los tres son, le informan al guarda, electores de Perón. Los que el pueblo votó para votar a Perón. En casa, el peronismo era mala palabra pero ahí, de noche y a los cimbronazos, estallan aplausos y el enano levanta los brazos subido a su asiento. Alguien, atrás, empieza a vociferar "aquí están/éstos son/los muchachos de Perón". Uno de los mellizos se sienta al lado de mi madre y enseguida le saca un piropeo de versos floridos. Ella se levanta en silencio, indignada, con la cicatriz que le cruza la frente, y me arrastra al pasillo. "Éste es mi hijo" , le dice al guarda mientras me pone la mano sobre un hombro, " y en este tren, como manda el general, los únicos privilegiados son los niños". Me parece mentira que lo diga ella, pero el de uniforme se pone duro como un mástil y el enano deja de gritar. Después todo pasa muy rápido. En la siguiente estación sube la policiía y se lleva a los electores a empujones. Un gordo engominado se acerca a mi madre y se disculpa en nombre del ferrocarril: los privilegios de los niños alcanzan a las madres, dice y suda a mares mientras su mano grasienta me acaricia la cabeza. Parece asustado y nos ofrece pasar al vagón de primera.

Esa fue la única vez que viajamos en asientos mullidos. Mi madre se recuesta y cierra los ojos. Ahora veo: el gatito está atado a una silla, enredado en un ovillo de lana. Dormía en mi cama como ahora otro duerme junto a mi hijo. A veces yo era el Corsario Negro y él el Corsario Rojo que iba a morir en el cadalso. Era negro y blanco con un morro fino y una paciencia infinita. Una noche no volvió, la siguiente tampoco y a la tercera empezamos a llorarlo.

Nos había acompañado en otros trenes, aterrado por el encierro y el ruido. Venía del asfalto de Mar del Plata y tal vez sufría los calientes desiertos puntanos. ¿Sueña con eso mamá cuando duerme esa noche en el tren? ¿Sueña con su aldea de Navarra? ¿Con la voz de Magaldi? ¿Con los bailes de Barracas cuando era joven y trabajaba en la fábrica de medias? En la larga espera de una estación desconocida, esta vez rumbo a Tandil, habla de ella: años atrás un tal Fermín Estrella Gutiérrez le ha escrito versos de amor, dice. Era elegante y gentil aquel poeta de sonoro apellido. Qué más, me pregunto ahora: ¿qué otros sueños? ¿Más praderas y distancias? Tal vez la pensión de la calle Brasil, a una cuadra de donde vivía el Peludo Yrigoyen. La estación Constitución donde desembarcamos por primera vez, yo intimidado por la inmensa avenida y ella feliz con su sombrero de paja bajo el sol.

Trenes de madera, de fierro, de juguete. resaca ingelsa y vivezas criollas. Van peones deportados, viajantes medrosos, boxeadores noqueados, antiguos electores de Yrigoyen y Perón. Ahí va Gardel que todavía no es Gardel. Viene Eva, que todavía no es Evita. Sube su moto un chico que todavía no es el Che. Todos duermen, igual que mi madre. Van a la deriva del destino. A cara o cruz. Aunque nunca hablemos de los sueños, es en ellos donde alguna vez somos enteramente felices. Mientras ruge la locomotora y crujen las maderas de aquel vagón justicialista.



Cuento de Osvaldo Soriano.


Foto de Celes y Silvia, Monte Grande, julio 2008



domingo, 2 de noviembre de 2008

Las Ciudades y los Intercambios- Cloe


En Cloe, gran ciudad, las personas que pasan por las calles no se conocen. Al verse imaginan mil cosas las unas de las otras, los encuentros que podrían ocurrir entre ellas, las conversaciones, las sorpresas, las caricias, los mordiscos. Pero nadie saluda a nadie, las miradas se cruzan un segundo y después huyen, husmean otras miradas, no se detienen.
Pasa una muchacha que hace girar una sombrilla apoyada en su hombro, y también un poco la redondez de las caderas. Pasa una mujer vestida de negro que representa todos los años que tiene, con ojos inquietos bajo el velo y los labios trémulos. Pasa un gigante tatuado; un hombre joven con el pelo blanco; una enana; dos mellizas vestidas de coral. Algo corre entre ellos, un intercambio de miradas como líneas que unen una figura a la otra y dibujan flechas, estrellas, triángulos, hasta que todas las combinaciones se agotan, y otros personajes entran en escena: un ciego con un guepardo sujeto con cadena, una cortesana con abanico de plumas de avestruz, un efebo, una mujer descomunal. Así, entre quienes por casualidad se juntan para guarecerse de la lluvia bajo un soportal, o se apiñan debajo del toldo del bazar, o se detienen a escuchar la banda en la plaza, se consuman encuentros, seducciones, copulaciones, orgías, sin cambiar una palabra, sin rozarse con un dedo, casi sin alzar los ojos. Una vibración lujuriosa mueve continuamente a Cloe, la más casta de las ciudades. Si hombres y mujeres empezaran a vivir sus efímeros sueños, cada fantasma se convertiría en una persona con quien comenzar una historia de persecuciones, de simulaciones, de malentendidos, de choques, de opresiones, y el carrusel de la fantasía se detendría.


Italo Calvino, Las ciudades invisibles,1982 (fragmento)

Silvia Z, collage