lunes, 29 de diciembre de 2008

Madrugada





La pequeña duerme en la orilla del río. El río es verde. La pequeña tiene el pelo negro y la piel del color del té. La luna cuelga de lazos de niebla, fosforesciendo a la niña dormida. Sopla el viento, de pronto. El río aletea y cae la lluvia de jazmines. Brotes de luz se desprenden del agua, elevándose, creciendo, enredándose como hiedra en las piernas de la pequeña. Y en la caricia de la luz, la niña que duerme es estrella, es nube, es pez que vuela en la altura, es flores que el aire arrastra y suelta por terrazas y ventanas, es paloma que regresa con chispas de voces lejanas a la orilla del río verde.
En la arena tibia, la pequeña de té abre sus ojos de maga, sus dedos suben por su boca y enrulan el pelo húmedo de lluvia y de aromas.
Enredada en recuerdos despierta la madrugada.



viernes, 26 de diciembre de 2008

No basta* (rayuelas I)



un // díasupo // comolamaga // quenobasta // una

................... // rayuela // parallegaral // cielo






Foto: Celes

martes, 23 de diciembre de 2008

viernes, 19 de diciembre de 2008

La mirada de los otros-II


Su
ojo
en la pared
la vio
por primera vez desde aquella última.
Desde entonces sólo vive para verla.



miércoles, 17 de diciembre de 2008

Tendría...



hoy tendría que llorar a gritos a mares desgranar mi alma mi mente mi corazón desarmarme romperme parte a parte y caer pisar cada una de mis partes hacerlas sal y cenizas sentir el estallido de cada grano de sal tendría que gritar correr volar más allá de mí lejos de mí muy lejos de mí pero sigo sonriendo

lunes, 15 de diciembre de 2008

El cuento detrás del cuadro


Hace un tiempo escribí un cuento. Se llamó “Cuadros dentro de cuadro”, y le di fin con dos preguntas retóricas. Con él continué la construcción del Zigurat. El cuento tuvo lectores y comentadores. Me involucré con el comentario de un lector, y así, trenes y rayuelas, imaginando respuestas, quisieron jugar con palabras. Y el final de ese juego es “El cuento detrás del cuadro”, relato escrito con mi lector azul.




Una incertidumbre colgaba hacía ya diez años en un rincón de la casa. Una pintura llena de vacíos, baldosas y naranjas disparaba preguntas a quien la mirara.

Se trata quizás de un chico, un niño, que rebotaba una pelota plástica, amarilla, liviana, contra la pared.
El viento soplaba fuerte aquel día; y con ánimo lúdico, como venido del palacio de la isla de Maple atravesando espejos, desvió la pelota que justo pegó en la canasta desparramando las naranjas. Rebotó y pasó por sobre el petiso tapial, dándose lugar a la calle. El chico se apuró preocupado por no perderla, al mismo tiempo agradeciendo que se hubieran caído las naranjas en vez de haberle pegado a la vasija de arcilla que, aunque vacía, su mamá tanto quería.
Con audacia y picardía, el pibe, con la agilidad de las primeras décadas de vida, saltó el tapial (para no hacer ruido al abrir y cerrar la puerta), pensando en volver inmediatamente a juntar las naranjas, y así evitar el reto de su madre. Cómo iba a saber él que ese salto hacia la calle, iba a ser lo último que haría en ese patio…

La madre, dicen, lo escuchó saltar la pared y salió (esquivando las naranjas en el piso) a la calle para buscarlo. Algunos dicen haberlo visto pateando la pelota amarilla, a kilómetros de la puerta verde. Y su madre ahora anda, tal vez sin rumbo, desesperada, llamando a gritos a su hijo.

La madre preguntó a los vecinos si habían visto a su niño salir, huir o escaparse hacia algún lado. Los de la calle Rincón coincidieron en que lo vieron bajar del tapial y casi de inmediato cruzarse con una punzante mirada tierna, que pareció cautivarlo y llevarlo como atado a su par de ojos, y lo llevó más allá del patio, de las naranjas, de la puerta verde. En cambio, los de calle Rivadavia le dijeron que vieron doblar una bicicleta con canasto hacia el lado de su casa, y al poco tiempo la misma bicicleta cargando la pelota amarilla en su canasto, y seguido a velocidades inverosímiles por el pibe, lleno de una mezcla de indignación y espanto; llevándolo por calle Rincón hacia el lado del río.
Tras estos discursos la madre no pensó demasiado; al no verlo cerca viajó incansable por el tiempo; anduvo por rutas de asfalto y de tierra; caminó al costado del pavimento mirando a los costados, cruzó túneles y puentes, trepó colinas, recorrió los desiertos, atravesó las eternas llanuras, y llegó camino al sur, otra vez cerca del río.
En la casa nuevamente, ya no le importaron las naranjas, y ni siquiera pensó en la posibilidad de la vasija quebrada. Cerró la puerta verde, y con impotencia y desesperación, lloró. Lloró, lloró, lloró... La madre lloró tanto que la calle, que era de tierra, se transformó en río, el Río del Llanto sobre la calle Rincón, la cual también desemboca en un río; un río que nunca termina. Desde entonces, desde hace diez años, la casa flota a la deriva por el río, entre mil suspiros y cien olores.
El tiempo pareció detenerse en el patio: las naranjas hace diez años que se presumen ahí, frescas y perfumadas como recién cortadas; las baldosas ajedrezadas y la vasija permanecen intactas, el niño (que ahora es adulto) nunca se reencontró con aquellas baldosas. Y ya las extrañaba un poco, ya extrañaba la vasija y el olor de las naranjas en el patio, pero no sabía cómo llegar. Recordaba la calle Rincón hacia el sur, y la velocidad de la bicicleta escapando de sus pasos. Tenía la pelota amarilla bajo el brazo, ya muy deteriorada de tanto rodar. Se llenaba de melancolía de sólo recordar el brillo de aquellos ojos como dos gotas de petróleo, que le ofrecieron mil caricias con un pestaneo, y que torpemente dejó pasar por correr una bicicleta que se llevaba su pelota. Esperaba a que algo pasara: una balsa, una avioneta, aunque sea un ave que se posara cerca. No sabía bien cómo había llegado ahí, pero hoy el agua lo rodeaba... el suelo prestaba poca superficie y casi nulo entretenimiento. En esos días ya casi podía ver cómo se movía el sol, y cómo crecían las plantas. Pocos minutos al día la visibilidad de la atmósfera le permitía ver diminuto el paisaje de su viejo barrio costero. Ya hacía años estaba en esa isla, como sabiendo y esperando a que el azar o los giros del planeta le alcancen la casa con el patio, las naranjas y la madre; la madre que con su propio llanto alimentaba el río que llenaba los bordes de la isla donde él permanecía.
Una incertidumbre llenaba los días en una isla sin rincones. La misma incertidumbre que cuelga hace ya diez años en un rincón de la casa, que le pone aromas al patio, y le da sabor a las naranjas.




Rayuela, Trenazul.(escrito entre ambos, atravesando llanuras y ríos)

Pintura- Raúl Barnech-acuarela sobre papel.




Los disparadores de este texto se ven en

http://en-zigurat.blogspot.com/2008/12/cuadros-dentro-de-cuadro.html

http://lo-llamaban-trenazul.blogspot.com/2008/12/no-creo-poder-soportar.html

sábado, 13 de diciembre de 2008

martes, 9 de diciembre de 2008

Cuadros dentro de cuadro



..........................................................cualquier parecido con Fernando R....


Hace más o menos diez años, un amigo, R, me regaló este cuadro. El día que entré a su casa lo estaba terminando, sobre papel, y con acuarelas. Quedé maravillada frente a él. En ese momento yo estaba leyendo un libro de Gao Xingjiang, y empezaba un capítulo que describía el patio en el que el protagonista había jugado siendo niño. Ésto, sumado a mi cierta obsesión por los patios, cerraban el círculo. Le ofrecí a R comprárselo, cosa que me negó, ya que él, dijo, no vendía sus pinturas, eran puro pasatiempo, no vivía de éso.
En efecto, ahí quedó la cosa, no sin antes preguntarme, (R), porqué me gustaba tanto, si él tenía cuadros mejores. Le respondí que el patio de mi casa, que el libro que leía, que en mi casa había un naranjo... Pero, en realidad, lo que más me atraía, le dije después de un rato de charla, era la puerta que cerraba (o abría) el patio. Y qué pensás que hay detrás, preguntó mi amigo. No sé, respondí, es lo que quiero saber. Él tampoco lo sabía, dijo, es más, ni siquiera lo había pensado cuando puso allí esa puerta.
Días después, en manos de otra amiga,me llegó de regalo la pintura. Estuvo mucho tiempo guardada, esperando por un marco, hasta que decidí colgarla así, tal como es, en una pared de mi cuarto. No es una pared central, es casi un rinconcito, pero desde allí la veo cada vez que paso.
Hace muy poco tiempo, una amiga, R, pintó un patio parecido para ilustrar un capítulo de la novela que escribía. Nunca le pregunté si algo tenía que ver mi cuadro, pero ella , R, puso a su pequeña Lola sobre baldosas blancas y azules.
Pero, al margen de todas estas coincidencias, cada vez que lo miro, no dejo de preguntarme quién habrá volcado la cesta de las naranjas, y qué habrá detrás de la puerta verde y algo herrumbrada.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Silencio

.............................las...........................
..........volaron..........................pala.........
....se................................................bras
............................por............................
.......................tanto hablar......................
.................perdieron su sentido.................
...........................sólo............................
............................es.............................
.........................silencio..........................

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las Ciudades Sutiles- Armilla


Si Armilla es así por incompleta o por haber sido demolida, si hay detrás un hechizo o sólo un capricho, lo ignoro. El hecho es que no tiene paredes, ni techos, ni pavimentos: no tienen nada que la haga parecer una ciudad, excepto las cañerías del agua, que suben verticales donde deberían estar las casas y se ramifican donde deberían estar los pisos: una selva de caños que terminan en grifos, duchas, sifones, rebosaderos. Contra el cielo blanquea algún lavabo o bañera u otro artefacto, como frutos tardíos que han queddo colgados de las ramas. Se diría que los fontaneros han terminado su trabajo y se han ido antes de que llegaran los albañiles; o bien que sus instalaciones indestructibles han resistido a una catástrofe, terremoto o corrosión de termitas.
Abandonada antes o después de haber sido habitada, no se puede decir que Armilla esté desierta. A cualquier hora, alzando los ojos entre las cañerías, no es raro entrever una o muchas muchachas jóvenes, espigadas, de no mucha estatura, que retozan en las bañeras, se arquean bajo las duchas suspendidads sobre el vacío, hacen abluciones, o se secan, o se perfuman, o se peinan los largos cabellos delante del espejo. En el sol brillan los hilos de agua que se proyectan en abanico desde las duchas, los chorros de los grifos, los surtidores, las salpicaduras, la espuma de las esponjas.
La explicación a que he llegado es ésta: de los cursos de agua canalizados en las tuberías de Armilla han quedado dueñas ninfas y náyades. Habituadas a remontar las venas subterráneas, les ha sido fácil avanzar en su nuevo recinto acuático, manar de fuentes multiplicadas, encontrar nuevos espejos, nuevos juegos, nuevos modos de gozar del agua. Puede ser que su invasión haya expulsado a los hombres, o puede ser que Armilla haya sido construida por los hombres como un presente votivo para congraciarse con las ninfas ofendidas por la manumisión de las aguas. En todo caso, ahora parecen contentas las mujercitas: por la mañana se las oye cantar.

"Las ciudades invisibles" (fragmento). Italo Calvino (1982)
Mujercita de la foto: María Peñalva.