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Mientras
la mañana
se
desprende de sus sombras, llega a la casa. Largo fue el camino
polvoriento, recorrido entre brumas, pinos y pájaros. Extraño
verano para esta región de clima frío. Con mano
ávida
gira el picaporte y la puerta cede, sin trabas ni llaves, libre,
húmeda.
Al
entrar ve las tres botellas transformadas en floreros, clara señal
de la presencia de Lila. Tres flores en cada botella, las tres
botellas sobre el escritorio del recibidor. Tres. Tres. La diagonal
de la puerta principal aparece en el espejo; luego su propia imagen
entra en el vértice de luz. Va hacia la cocina mientras llama Lila!
Recorre el pasillo absorto de jazmines. Un rumor íntimo, un ajetreo
sutil y doméstico hablan de la espera,
y entonces sonríe.
Las cortinas se hinchan con un murmullo
de arroyo que fluye. Lila está ahí, suave de plumas y algas, tan
leve, tan acuática en su sueño de ojos abiertos, tan vacía de
todo.
Y él, que atravesó años para volver a verla.
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