domingo, 27 de marzo de 2016

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Ellos llegaron una tarde luminosa
de mayo, o tal vez de junio.
Ocuparon las cuatro calles que
llevaban desde mi casa a la estación.

Cinco días antes alguien, en la oscuridad
de una madrugada helada y azul,
había acribillado a balazos a Luisa y José
mientras dormían, y se llevó a su hijito.
Los vecinos dijeron que alguien les dijo:
Martincito es robado, o prestado, y usado
como escudo familiar de la guerrilla. Los
buenos hombres que llegaron en autos verdes
se lo devolvieron a su mamá verdadera.

Cuando llegaron ellos,
ya estaban enterrados los libros.

Apurate, antes que nos agarre la noche.
Dale nena, dale. Ayudame con la lona.
Ahora el plástico. Ahora dejame a mí.
Las bolsas de compost cayeron sobre
el cadáver iluminado.
Y se cerró el antiguo pozo de agua
con su luna de madera, como siempre.
Guardando el abono para la huerta,
para los tomates y la albahaca del verano.

Golpearon la puerta, ni muy fuerte ni muy suave
y preguntaron a mamá por el señor profesor.
La señorita no cursa hoy? Me avanzó uno de ellos,
rubio, joven, bonito, tan bonito.
Tartamudeé un cursé a la mañana y
Está trabajando, cortó mi madre, con los ojos
oscuros de recuerdo. (qué recordaría mi madre?).

Cinco meses antes, volviendo de un domingo familiar,
el auto verde nos siguió durante todo el trayecto.
A veces nos adelantaba, a veces nos cruzaba,
la mayor parte del tiempo venía detrás.
(Y fue entonces
cuando la memoria hizo arraigo en mí.)
La mitad del cuerpo de mi madre gritaba
hacia afuera, por la ventanilla del Fiat.
mi hermano pequeño no podía siquiera llorar.
Las manos de mi padre eran garras en el volante.
Y había un poderoso cuervo prendido a mi garganta,
aleteando en azul y negro en mi pecho.
Eso, que le dicen miedo.
(La casa abierta, revuelta, violada.
Mis cuadernos.
Y un rumor de soledad inexplicable)



Recorrieron los cuartos, la mano en las cinturas armadas.
Pocos libros tiene la señorita, recién empieza la carrera?
Respiré profundo sin entender.
No salieron al jardín.

Miraron, tocaron, caricia obscena y voluptuosa,
masturbación a cielo abierto, a ver quién la tiene más grande.

Se alejaron en la luminosidad fría del fin de tarde,
en medio de órdenes, portazos y armas.
Mi madre corrió a la escuela a buscar al chiquito.
Vino Mario, también habían estado en su casa.
Yo me supe hermosa, desvergonzada, estúpida.
(Por qué desenchufé mi memoria?)

De allí a hoy todo es confuso.
No sé cómo, ni cuándo, volvió
a abrirse la luna del pozo.
Le pregunto a mi madre, dice que estoy loca.
Que por leer tanto imagino cosas.
Siempre la misma, vos, siempre la misma.
Pero miró hacia la ventana, oscurecidos los ojos.







jueves, 17 de marzo de 2016

domingo, 6 de marzo de 2016

resistencia*




en mi pared medianera, todas las mañanas
al correr las cortinas de mi cocina,
me miran dos torcazas.
pasan largo rato bañándose de sol,
susurrando ese ruidito que para mí,
desde pequeña, muy pequeña, es un canto.
en ese pasado, allá lejos,
mi padre alimentaba a las torcazas
que bajaban a su patio y lo hizo
hasta la mañana antes de morir.

hoy, en un domingo sin sol,
un domingo de vidrios rotos,
un amigo me dice:
“escribir contra el derrumbe, Silvia”.
entonces abro mi archivo, ese que llamé
“variadito”, y encuentro doce versos
que cuentan de mi viejo y de palomas.

pongo música,
me pego a mí misma un sacudón
y, sumando más versos, quitando otros
que son un zafarrancho, escribo.

mientras tanto, empezó a caer una llovizna tenue,
pasó el mediodía, hay olores amables de comidas vecinas
y las torcazas se amucharon en el pino que veo desde aquí.

amuchémonos nosotros, entonces.
cuidemos la casa, que estamos vivos.