domingo, 7 de agosto de 2016

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escribir sobre esto

sobre septiembre,
cuando la visité por tres días

en la segunda noche
para que su infelicidad
no devorara mis entrañas
la besé y me fui a dormir
pero ni siquiera me acosté
pasé la noche despierta en
el que fue mi cuarto
sentada junto a la ventana,
inmóvil, ingrávida,
con la mínima luz filtrándose
por las mirillas de la persiana,
escuchando pasar los trenes.
cuando empezó a cantar el zorzal
me acosté
y seguí oyéndolo
hasta sobrevivirme


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martes, 24 de mayo de 2016

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llovizna sin brillo desde hace meses
y mi cuerpo expuesto al quehacer cotidiano
(al tacto, al disimulo)
se conduele de sí, se asesina.
trazando curvas, intento evitar el hábitat de la pena,
de la palabra convertida en páramo azul.



(cosas que sé y que callo
destellos de luto en la memoria)



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sábado, 7 de mayo de 2016

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de dos cosas no supe cuidarme.
del rumor de ciertos versos
y de los hijos.



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lunes, 11 de abril de 2016

fotos del incendio


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atónita en la mañana
la última luz del verano resiste
entre los verdes tostándose de abril

tal vez el silencio de un gorrión
que vuela a ras del piso 

tal vez el extrañamiento de una mariposa
anticipando su muerte en la pared
de glicina, tibia aún

tal vez la estupidez amarilla y cotidiana

tal vez yo
tal vez mi voz.



*




domingo, 27 de marzo de 2016

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Ellos llegaron una tarde luminosa
de mayo, o tal vez de junio.
Ocuparon las cuatro calles que
llevaban desde mi casa a la estación.

Cinco días antes alguien, en la oscuridad
de una madrugada helada y azul,
había acribillado a balazos a Luisa y José
mientras dormían, y se llevó a su hijito.
Los vecinos dijeron que alguien les dijo:
Martincito es robado, o prestado, y usado
como escudo familiar de la guerrilla. Los
buenos hombres que llegaron en autos verdes
se lo devolvieron a su mamá verdadera.

Cuando llegaron ellos,
ya estaban enterrados los libros.

Apurate, antes que nos agarre la noche.
Dale nena, dale. Ayudame con la lona.
Ahora el plástico. Ahora dejame a mí.
Las bolsas de compost cayeron sobre
el cadáver iluminado.
Y se cerró el antiguo pozo de agua
con su luna de madera, como siempre.
Guardando el abono para la huerta,
para los tomates y la albahaca del verano.

Golpearon la puerta, ni muy fuerte ni muy suave
y preguntaron a mamá por el señor profesor.
La señorita no cursa hoy? Me avanzó uno de ellos,
rubio, joven, bonito, tan bonito.
Tartamudeé un cursé a la mañana y
Está trabajando, cortó mi madre, con los ojos
oscuros de recuerdo. (qué recordaría mi madre?).

Cinco meses antes, volviendo de un domingo familiar,
el auto verde nos siguió durante todo el trayecto.
A veces nos adelantaba, a veces nos cruzaba,
la mayor parte del tiempo venía detrás.
(Y fue entonces
cuando la memoria hizo arraigo en mí.)
La mitad del cuerpo de mi madre gritaba
hacia afuera, por la ventanilla del Fiat.
mi hermano pequeño no podía siquiera llorar.
Las manos de mi padre eran garras en el volante.
Y había un poderoso cuervo prendido a mi garganta,
aleteando en azul y negro en mi pecho.
Eso, que le dicen miedo.
(La casa abierta, revuelta, violada.
Mis cuadernos.
Y un rumor de soledad inexplicable)



Recorrieron los cuartos, la mano en las cinturas armadas.
Pocos libros tiene la señorita, recién empieza la carrera?
Respiré profundo sin entender.
No salieron al jardín.

Miraron, tocaron, caricia obscena y voluptuosa,
masturbación a cielo abierto, a ver quién la tiene más grande.

Se alejaron en la luminosidad fría del fin de tarde,
en medio de órdenes, portazos y armas.
Mi madre corrió a la escuela a buscar al chiquito.
Vino Mario, también habían estado en su casa.
Yo me supe hermosa, desvergonzada, estúpida.
(Por qué desenchufé mi memoria?)

De allí a hoy todo es confuso.
No sé cómo, ni cuándo, volvió
a abrirse la luna del pozo.
Le pregunto a mi madre, dice que estoy loca.
Que por leer tanto imagino cosas.
Siempre la misma, vos, siempre la misma.
Pero miró hacia la ventana, oscurecidos los ojos.







jueves, 17 de marzo de 2016

domingo, 6 de marzo de 2016

resistencia*




en mi pared medianera, todas las mañanas
al correr las cortinas de mi cocina,
me miran dos torcazas.
pasan largo rato bañándose de sol,
susurrando ese ruidito que para mí,
desde pequeña, muy pequeña, es un canto.
en ese pasado, allá lejos,
mi padre alimentaba a las torcazas
que bajaban a su patio y lo hizo
hasta la mañana antes de morir.

hoy, en un domingo sin sol,
un domingo de vidrios rotos,
un amigo me dice:
“escribir contra el derrumbe, Silvia”.
entonces abro mi archivo, ese que llamé
“variadito”, y encuentro doce versos
que cuentan de mi viejo y de palomas.

pongo música,
me pego a mí misma un sacudón
y, sumando más versos, quitando otros
que son un zafarrancho, escribo.

mientras tanto, empezó a caer una llovizna tenue,
pasó el mediodía, hay olores amables de comidas vecinas
y las torcazas se amucharon en el pino que veo desde aquí.

amuchémonos nosotros, entonces.
cuidemos la casa, que estamos vivos.






sábado, 30 de enero de 2016

martes, 12 de enero de 2016

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tal vez cortar una flor, hay tantas en el patio!
cortar una flor, o dos.
un hilo de campanitas naranjas, un racimo de jazmín
y nadarlos en un vaso de agua para que aligeren la casa.
o intentar un poema, aferrar la vida a la palabra.
pero el poema habría de ser urgente, y por la urgencia
sería tan largo, tan río revuelto, tan deseo, tan agite.
el poema, por su urgencia, gritaría preguntando
por qué están tan silenciosos? por qué se guardan en silencio?
dónde están los que decían protegernos?
y dónde están los otros, esos que gritaban dictadura, dictadura!
y ante su inmundo avance se cosieron la boca
pero antes cosieron sus ojos y antes sus oídos
y nos mandaron al túnel del tiempo (hacia atrás, hacia atrás)
y no aprendieron nada y no quieren aprender
(qué mierda no querer aprender!)
y entonces el poema, por su urgencia, por no ahogarse en ese túnel, 
manoteando, se acordaría de carros hidrantes 
que lo bañaban de azul al salir de la facu
(usar el azul para el maltrato, qué desvergüenza!)
se acordaría de los que se llevaron, de los que sangraron.
de todos los muertos (por la patria? ) se acordaría este jodido poema,
y seguiría gritando por muertos más recientes
(dos pibes en una estación de trenes suburbana
 más de treinta, mujeres y hombres, en la plaza arrasada por el humo
un maestro en una ruta sureña y
de hasta los miles que asesinaron en oficinas burocráticas.)
y por su apuro, el poema ya cansado, absorto,
se arrancaría los ojos y aullaría por muertos que está olvidando
y, perplejo, malherido, empezaría a cerrar el círculo
construyendo el anillo del despiadado presente
(adjetiva mucho, poema, vaya al grano, o lo dejarán sin voz)
y quien intentó escribirlo, recordando todo lo que olvida
pediría ayuda para rearmar los versos y después
moriría de llanto


[nadar una flor para salvarnos del crimen cotidiano]*






martes, 5 de enero de 2016