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Es mi undécimo cumpleaños
(undécimo...
qué palabra tan poco poética, pero
no encontré otra)
en que el teléfono no suena para
escuchar tu voz: hola, nenuchi,
muchas felcidades! Cuántos cumplís?
(siempre el mismo despiste, mi viejo)
Es el primero en que ya
no espero pensando: mami,
llamame, que extraño tu voz.
Desde el plano en que esté,
si es que hubiere otros planos,
tampoco lo haría.
Es, tal vez, mi liberación.
Es el primer cumpleaños
en que ya no soy una nena para nadie,
ni hija de nadie, ni hermana de nadie
(para bien o para mal,
según corresponda).
Ahora soy la más vieja,
la que sería abrazada por nietos,
por hijos, por nuera y por yerno,
por amigos, si no
estuviéramos pandémicos.
Ahora soy la que guarda los recuerdos,
la parte que me toca de la historia familiar,
el rompecabezas que algunos primos y
sobrinos lejanos intentamos rearmar.
(En los tiempos que corren
no a todos les interesa. Pero andamos,
por los que quieren saber, practicando
la arqueología de la memoria.)
...
Y como no quiero un poema salpicado
de lágrimas que borren la tinta
(véanme escribiendo a mano)
y hagan de nosotros un río azul,
cierro los ojos y desde lo más profundo de mí,
traigo el haiku de Tomiji Kubota:
Sobre la arena
escritura de pájaros;
memorias del viento.
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