en mi sueño
él empezó a juntar
todas las
macetas del patio,
a romperlas
una a una.
cuando yo
salí
ya había
amontonado muebles
que nunca
había visto
(o sí)
me
arrodillé junto a mis plantas y
empecé el
rescate, una a una
(sangraban).
el viento
soplaba y el
patio era
cada vez más gris.
llamé a
mis hijos
primero con
asombro
después
con miedo
después
con rabia
después
con espanto.
cuando
llegaron
tenían
ocho años, tal vez diez.
mamá,
decían, mamá.
yo entraba
y salía y
en una
habitación lo vi a él.
estaba
leyendo sentado
al lado de
su padre que
me miró
sonriendo.
ya había
pilas de muebles
dentro de
la casa
(y hachas,
creo que había hachas)
grité,
otra vez,
los
nombres de mis hijos
y vinieron
sus réplicas
eran
muchos, muchos
ellos y sus
réplicas.
todo estaba
perdido
(arrasado)
y pedí
ayuda y grité y grité
y mi papá
se había muerto
y mi mamá
está tan lejos.
entonces
intenté cubrir
la montaña
de muebles
con mi
saquito de lana verde
y allí me
quedé, sola en el patio
con mis
cinco años
y mi
suetercito de punto canelón,
de rodillas
con la cara entre las manos,
casi
dormida
sobre los
futuros despojos.
entonces
lloré, y grité que me dolía
y él me
abrazó suave, firme
y me
acariciaba el pelo
y me besaba
la cara
(lento,
lento)
y no
preguntó nada,
como si
supiera cuál
había sido
mi sueño.
y allí,
dentro de su abrazo,
lloré muy
fuerte
lloré como
se llora
toda la
soledad.
cuando
me levanté era casi mediodía.
vi
mi biblioteca y los libros en mi biblioteca,
él
ya había abierto los postigos y el viento soplaba
y
una luz opaca y amarilla hojeaba los libros.
la
casa olía a palosanto.
tomamos
mate con menta y comimos el pan con semillas
que
yo había amasado ayer*
.