Moiré duerme en mi cama. Moiré duerme en mi cama después de dos horas de saltos, revolcones y carcajadas. Duerme la siesta en mi cama, porque hoy es feriado y está pasando el día en casa.
Se durmió después de contar más de mil veces sus más de mil versiones de Caperucita Roja. En la de hoy, Caperucita iba a la playa conmigo y el lobo, llevaba mi canasta con el mate y "se cayó de culo en la arena". Después me escuchó leer "El penal más largo del mundo", de Soriano, que prepararo para mi clase de mañana. Su pregunta "Silvia, cuándo das vuelta la hoja?" me causó tanta gracia que fueron otra vez las carcajadas y chau al sueño. Y por fin canté. Y se durmió.
Ahora, mientras duerme, pienso si recordará este día cuando crezca. Pienso qué recordará de mí, y cómo me recordará. Pienso que, tal vez, me recuerde en la cocina con la luz de otoño alumbrando la ventana, como yo veo a mi abuela. O, tal vez, sea la abuela que escuchaba Radiohead y Bach, llevaba dos aros en una oreja y un piercing en la otra, y tenía una biblioteca en cada habitación, bibliotecas con libros misteriosos que no podían tocarse y otros que sí, llenos de dibujos y letras grandes.
Y mientras ella duerme y yo pienso, la ternura crece desmedida y teje una red cálida que me atrapa y me envuelve y me pone en un nido. Y en este nido lloraré, lloraré caricia y alegría, hasta que Moiré despierte.
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