martes, 31 de enero de 2012

de las cenizas* I

Hace nueve meses que no salimos de casa, que corrimos por las calles a encerrarnos, a escaparnos de la ceniza amarilla que empezó a llover sobre parques y plazas, y sobre el mar.
Son nueve meses en los que nada nos pasa, salvo el latido de un  malestar que nació y crece en cierto punto de nuestros cuerpos, sin saber precisar en cuál. 
Varias veces al día, abrimos levemente las ventanas para espiar las casas linderas y verlos a ellos, a nuestros vecinos, encerrados como nosotros en su asfixia amarilla, y respiramos un olor extraño, que suponemos sea el de la furia.
Hace nueve meses esa lluvia impalpable mató las flores; después, fueron desapareciendo los pájaros (algunos emigraron, otros, los más, murieron en las puertas y en los patios), y las mujeres dejamos de parir. 
Ahora estamos poniendo a salvo los libros, envolviéndolos uno por uno antes de sellar la interminable biblioteca.
No sabemos qué haremos después, además del sencillo y cotidiano acto de odiarnos.


Ojalá sueñen, ojalá sueñen con flores blancas*