martes, 16 de junio de 2009

Significante




Un día decidió volver. Así, sin más. Cerró la casa y salió, sólo llevando lo puesto. Caminó por las calles baldías del pueblo y llegó al páramo. Tardó en cruzarlo incontables días y noches, hasta encontrar el río azul y fragante en un amanecer polvoriento. Para entonces ya casi no recordaba desde dónde había partido. Bordeó el curso del río, subiéndolo hacia el poniente. Para éso tardó tantos días y tantas noches, como tantos días y tantas noches tragarían sucesivos solsticios y equinoccios. En este punto ya no sabía cuál era el tiempo del sueño o de la vigilia, y hasta había olvidado el hambre. Cuando el río se abrió en una salitrosa y sórdida laguna amarilla desvió sus pasos hacia los pastizales, y desde allí subió la sierra con la guía de las estrellas y descendió al valle con la luz del sol. Para entonces, además del olvido del hambre, ya no sentía ni calor ni frío, ni dolor en la árida piel de los pies. Ya no recordaba cuántos pájaros habían cruzado los cielos, cuántos animales se habían agazapado en el camino y cuántos hombres y mujeres habían vuelto la cabeza a su paso. Tampoco sabía, ya, de qué color habían sido sus ropas ni cuál había sido el largo de su pelo. Sólo recordaba el significado de ciertas palabras.
Cuando entró a la ciudad amurallada de colinas y sauces, el sol reventaba en el oeste. Saludó a las gentes con las que se cruzaba, obteniendo por respuesta miradas con el silencio de lo extraño. Nadie comprendía su voz ni su significado.
Al llegar a la plaza sólo una persona vibró ante su fosforescencia y admiró el color de té que había adquirido su piel en los años de camino. Sólo una persona comprendió su lenguaje. Sólo una persona había estado esperando.


pintura* Reunión de soles-Vico Gonz (técnica mixta)