Cuando Lila salió de su trabajo ese tardío mediodía, se sentía feliz. Ignacio la había llamado en la mañana, avisándole que había dejado en el buzón de su puerta el libro de Kerouac que desde hacía años estaba buscando. Es usado, dijo, pero está en buenas condiciones. Caminó rápida, su bolso cruzado en bandolera, sobre las hojas anaranjadas del otoño bienvenido. Al llegar a la parada del colectivo, decidió seguir a pie. Una mujer la miró pasar, sentada en el banco de la espera. Lila la vio también, qué conocida es, se dijo. Durante el camino no vio nada ni a nadie, y cerró sus oídos al exterior. Sólo sintió su piel aleteada por la brisa tibia y sus pies elevando las hojas caídas, transformándolas en mariposas. Entró a su casa casi corriendo, sacó el libro del buzón, caminó el pasillo, abrió la segunda puerta, descruzó el bolso y lo tiró junto con las llaves y el abrigo liviano sobre el sillón apilado de apuntes y cuadernos. Rompió el envoltorio del libro y lo abrió en su primera hoja. Tenía el color del tiempo y el olor de todos los ojos que habían recorrido sus letras. Y arriba, a la izquierda, una dedicatoria escrita en antigua lapicera fuente: A la mujer que me ama y respeta, Antonio. 26 de febrero de 19.......... La respiración de Lila se detuvo. Era la fecha de su nacimiento. El corazón se disparó, y le dio impulso a sus manos para seguir corriendo las hojas del libro. Hasta que al fin cayó. Parpadeó unos instantes en el aire y dio contra el piso del color de la tiza. Era una flor, seca como se secan las flores entre las hojas de un libro, con cuatro pétalos de color amarillo pálido, rugosos y firmes. Lila levantó la flor agarrándola por su cabo, que parecía recién cortado, y la acercó a su nariz. La envolvió un aroma violento y silvestre, con sonido de tambores remotos y de vientos lamiendo montañas.
El libro de Kerouac, tan largamente ansiado, empezó a perder importancia. Toda la atención de Lila se concentraba en la dedicatoria, la fecha y la flor.
Sin pensarlo siquiera una vez, Lila se repuso el abrigo, se cruzó el bolso, guardó en él flor y libro y salió en busca de Ignacio. Apenas lo saludó con un hola, y le mostró la flor. Ah!, dijo Ignacio, serenamente, como ante un acontecimiento habitual, es una flor del canelo. Del canelo? Sí, del árbol de la canela! Y cómo habrá llegado al libro? dijo Lila, y mirá, fijate en la fecha de la dedicatoria... Coincidencias, sonrió Ignacio.
Pero Lila no creía en las coincidencias. Rehizo el camino a su casa, rehizo pasillo y entradas, y dejó el libro sobre una mesa.
Camino a la cocina, con la flor en la mano, se dio cuenta de que en la calle se había cruzado otra vez con aquella mujer, que de tan vista se le parecía.
foto *Celes- www.espejoatraves.blogspot.com
El libro de Kerouac, tan largamente ansiado, empezó a perder importancia. Toda la atención de Lila se concentraba en la dedicatoria, la fecha y la flor.
Sin pensarlo siquiera una vez, Lila se repuso el abrigo, se cruzó el bolso, guardó en él flor y libro y salió en busca de Ignacio. Apenas lo saludó con un hola, y le mostró la flor. Ah!, dijo Ignacio, serenamente, como ante un acontecimiento habitual, es una flor del canelo. Del canelo? Sí, del árbol de la canela! Y cómo habrá llegado al libro? dijo Lila, y mirá, fijate en la fecha de la dedicatoria... Coincidencias, sonrió Ignacio.
Pero Lila no creía en las coincidencias. Rehizo el camino a su casa, rehizo pasillo y entradas, y dejó el libro sobre una mesa.
Camino a la cocina, con la flor en la mano, se dio cuenta de que en la calle se había cruzado otra vez con aquella mujer, que de tan vista se le parecía.
foto *Celes- www.espejoatraves.blogspot.com