jueves, 7 de mayo de 2009

En la playa (cuentos de Lila X)



El despertador sonó a la misma hora de todas las mañanas, implacable. Mientras mi casa se levantaba,yo decidía que hoy ya no podía dejarlo pasar. Hacía días que quería ir a la playa, Temprano, antes del trabajo, pero siempre algo se cruzaba en medio de mi deseo y mi destino.
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Todos se fueron, apagué la radio, hoy no quiero noticias. Cambio radio por cd, Nina empezó a cantar. Abrí todas las ventanas, ordené rápidamente los cuartos, mañana será la boda, hoy estas horas serán para mí. Tomé mi último mate con cascaritas de limón y preparé mi bolso: cuaderno- anteojos- libro- celular...? no, no llevaré teléfono.
Salí de casa, ya el pasillo verde me dijo que en la vereda me esperaba una mañana espléndida de fresco y de sol. Caminé por la avenida las cuatro cuadras hasta la próxima transversal. En la esquina saludé a mi amigo Nico que regaba las plantas de su vivero. Tomé hacia la izquierda, (demasias¡da gente para mi gusto en la mañana de hoy), caminé dos cuadras y torcí a la derecha. Cuatro cuadras más y doblé a la izquierda, atravesando la plaza en diagonal y luego, al cruzar la plaza, retomé mi rumbo a la derecha apurando el camino.
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Es hermosa mi ciudad, es hermoso mi barrio apartado del centro, barrio de casas bajas, blancas, con sus frentes de piedras; de calles anchas por donde corre libre el viento del mar agitando las hojas de los álamos y los plátanos de las veredas. Y hoy, sin ser aún las diez de la mañana, respiro la energía que empieza a golpearme desde el este al que me acerco. Miro al cielo, empiezan a cruzarse en vuelo palomas, gorriones y gaviotas.
Y ya lo escucho. Y ya lo veo.
Estoy en la calle costanera; a la derecha, ni lejos ni cerca, la ciudad, espléndida sobre el acantilado verde. A la izquierda, doscientos kilómetros de olas al norte, mi amigo Rel. Cruzo la avenida, anchísima y casi sin tránsito. Bajo por la escalera a la playa pública. Más de cien metros de escalones de cemento me separan del mundo. Camino por el espigón de piedras. Sólo hay un hombre pescando. Me siento en una roca que mira al noreste, donde el viento hace ovejitas de nubes y sirenitas de mar mientras vuela el pañuelo azul turquesa de mi cuello; y cuando el sol brilla las olas que tengo aquí nomás, a diez pasos de rocas y arena, empiezan a brillar también mi alma y mi cuerpo.
Algunos pasos circulan el espigón. Son gentes que vienen a pescar. Miro de frente al este. No hay más que mar. Vuelvo mi vista a la playa y la detengo en una mujer que camina por la arena. Se acerca a la espuma blanca, casi de red; deja que la red le atrape los pies descalzos. Tiene una falda batik azul que el viento flamea. Sigue caminando por la orilla y cruza frente a mí, en estos diez pasos de rocas y arena. Está de espaldas, y no puedo dejar de mirarla. Lleva un morral cruzado en bandolera. La conozco...será? Pero qué hace ella aquí, en la playa?
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El viento golpea cada vez con más fuerza, el mar comienza a agitarse. Ya es casi mediodía y la playa huele a jazmines.
La mujer gira y me ve, pero no se detiene. Es ella. Es Lila.



foto* Berenika