martes, 17 de febrero de 2009

La abuela Edel



La abuela Edel era una mujer de baja estatura, y lucía delgada y esbelta. Con el paso de los años fue transformándose de pequeña a diminuta. Tenía una hermosísima melena ondulada, blanca y brillante, que cuidaba como a su más preciado tesoro. Siempre olía silvestre, el perfume de azahar y damas de la noche era su favorito.Hija de inmigrantes, se casó con un joven ingeniero italiano, moreno y de temperamento indómito, al que siguió por todo el litoral y la selva chaqueña, mientras él hacía su trabajo de constructor de caminos y ella subía y bajaba de navíos fluviales con su único hijo en brazos.
Edel vestía camisas de seda blanca y faldas de franela azul o gris en el invierno, que cambiaba en el verano por livianos vestiditos floreados. Sonreía con facilidad,y con la misma facilidad lloraba de alegría. Cuando estaba triste se sentaba con los brazos cruzados sobre su falda y bajaba la cabeza, y así se quedaba, perdida en los caminos de su pensamiento.
Pocas veces nos visitaba, su casa era su reducto y su reino, y así fue haciéndose cada vez más temerosa del mundo exterior. En su patio de baldosas negras y blancas me mostró mis primeras estrellas, a donde, según ella, iban a vivir los muertos. Creía que así calmaba mis temores nocturnos, mi miedo infantil a "no ser más".
Una única vez viajó con nosotros, mis padres y yo, en tren al campo. Se sentó a mi lado y agarró mi mano, como era su costumbre. Yo miraba los girasoles desde la ventanilla. Ellos te miran, me dijo, porque tienen envidia de tu pelo amarillo.Y sonrió feliz.
Desde que se fue, la veo en los ojos de mi padre, su único hijo.
Hoy en mi recuerdo te celebro. Feliz cumpleaños, abuela Edel.