Estoy cansada de esperar, dijo Lila y abrió su cuaderno de apuntes. Pero qué espero? escribió. Cansada de esperar nada, Lila levantó sus ojos del papel y vio la mañana nublada. Sus ojos estaban más allá de la mañana, más allá de la casa, más allá de todo. Sólo vio unas pequeñitas hormigas caminando por la pared exterior, girando sobre sí mismas, perdidas después de la lluvia nocturna. Espero todo y nada, escribó Lila en su cuaderno. Y una leve brisa fresca se filtró por la puerta entreabierta y tocó su falda y su falda tocó sus tobillos y sus tobillos sintieron el roce de la falda, la falda de la brisa y la brisa de la frescura matinal. Qué signos sigo esperando? se preguntó Lila, dejando la lapicera sobre el cuaderno y trayendo sus ojos de vuelta, goteados de melancolía. Volvió la vista a la hoja de papel y leyó lo que había escrito:
Estoy cansada de esperar.
Pero qué espero?.
Espero todo y nada.
Pero qué espero?.
Espero todo y nada.
Podría escribir un haiku, o tal vez un tanka con estas palabras, se dijo Lila levantándose de la silla verde en la que estaba sentada. Buscó su bolso. Ya era hora de salir, aunque ese día la calle le doliera.
Entonces, a las siete horas de una mañana nublada, como todas las mañanas, Lila cruza su bolso en bandolera y sale, sin darse cuenta de que la brisa había prendido en el ruedo de su falda un pequeño pájaro de papel, de papel de hoja de libro, un pájaro de papel de Omán.
Entonces, a las siete horas de una mañana nublada, como todas las mañanas, Lila cruza su bolso en bandolera y sale, sin darse cuenta de que la brisa había prendido en el ruedo de su falda un pequeño pájaro de papel, de papel de hoja de libro, un pájaro de papel de Omán.