Esa noche no dormí. Primero, rondé la casa, bajo la llovizna. Luego, entre los pastos altos y húmedos de mi jardín, avancé hacia el agujero en la pared. Sólo fueron oscuridad y silencio. Entré a mi casa, los oídos al acecho, el pecho aleteante, los ojos ciegos me impidieron ver las mariposas que salieron de mi boca y volaron por la habitación. Encerrado en mi cuarto, sólo pensando en ella, ahora sordo, ciego, mudo, no sentí el aroma de vainilla y de limón que traspasó las paredes azules, no sentí el roce de los malvas y lavandas volando en la noche fría y tempestuosa.
No reconocí los signos.
No reconocí los signos.
foto* Berenika